20 de marzo de 2007

Tiempos futuros

Si hay algo que obsesiona a los franceses es el estado del tiempo.

No del tiempo presente, si no del que vendrá.

Y el que viene, generalmente no suele ser el esperado. Y eso trae dolores de cabeza y largas horas de conversación para el pueblo francés.

En invierno tiene que nevar. Si nieva poco, es un problema. No se puede esquiar. Pero si nieva mucho es fuente de otros problemas. Se vuelve peligroso andar en auto, las ciudades son asediadas por batallones de nieve y nadie puede salir de sus casas.

En verano debe hacer calor. Si hace poco calor es un desastre. La gente no va a las playas, los hoteles quiebran y los restaurantes cierran sus puertas por falta de clientes. Ahora bien, si hace mucho calor usted pensará que los franceses están contentos. Pues no señor. Otro problema. La canícula, como le dicen, suele maltratar las cosechas y las personas mayores por igual.

Así están con el clima. Siempre encuentran algo para reprocharle.

Existe un solo programa televisivo que todos los franceses veneran por igual. Es el pronóstico del tiempo. Aquí lo llaman La Metéo.

La Metéo. Palabras mayores. Un rito ecuménico. La oración de la noche de todas las democráticas familias.

Después de la hora vespertina de las informaciones, sacerdotes y sacerdotisas del clima explican en lenguaje científico, es decir bastante incomprensible, las modificaciones y perturbaciones del mismo.

Prometen milagros que generalmente no se cumplen: -mañana será un día soleado… y mañana llueve… O a la inversa. Y uno ve gente que se aferra todo el día a su paraguas o impermeable con la firme convicción de que debe llover. Y por más que no haya una nube a kilómetros de distancia, caminan con desconfianza, esperando el aguacero repentino.

La Metéo. Anuncia, pronostica, aconseja, dice y todos creen con fe ciega.

(…)

El otro día estaba en un boliche. De esos que venden jamones, quesos, vinos y otras cosas buenas.

Había visto en la vidriera unos interesantes salamines y esperaba educadamente mi turno para comprarlos.

Esperando uno suele escuchar indiscretamente conversaciones ajenas. Es casi lo único divertido que se puede hacer en ese tipo de situaciones.

La vendedora decía: -Qué lindo día, no?

Y su cliente, un hombre flaco de cara angulosa y angustiada, contesta: - Si. Pero la semana que viene el tiempo empeora. Anunciaron lluvia y frío.

Y parecía estar contento de conocer lo que iba a suceder la próxima semana.

La vendedora, una gordita cuya fe en las predicciones meteorológicas no estaba aun solidamente anclada, tuvo la audacia de emitir algunas reservas y dudas sobre la infalibilidad de esa Ciencia.

Pero el cliente seguía insistiendo que íbamos a tener unas tormentas fabulosas y no se cuantas desdichas más.

En ese momento intervine en la conversación. –La semana que viene dice usted? Quién sabe si estaremos aquí todavía la semana que viene, no?

Silencio sepulcral. No le gustó nada lo dicho.

Claro, parece que esa es una variable que ni La Metéo, ni sus adeptos toman en cuenta.

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