21 de noviembre de 2009

De si hay tiempo.

Pasó mucho tiempo.

Un poco por ganas y otro mucho por desgana, dejé de escribir en éstas hojas.

La escritura consume mucho tiempo. Los que suelen escribir saben de lo que hablo y de las horas pasadas en la semi-oscuridad de un cuarto pensando en « esa » palabra. En el logos. No por nada al principio fue el Verbo.

La escritura tiene algo de inmortal. El tiempo pasa, pero la escritura queda. Y a lo largo de generaciones podemos hacernos amigos de personas que ya nos han dejado, pero que sin embargo continúan dejándonos sus consejos, dudas, pensamientos y risas. Muchas veces me uní a la sonora carcajada de Chesterton y compartí más de un whisky con él. Las cavilaciones de Saint-Ex me hicieron dudar en otros casos y estuve también con él cuando junto con los republicanos puteaba un cura español… al mismo tiempo que le salvaban la vida.

Hasta les he hecho preguntas a todos esos amigos y me han dado, en muchos casos, mejores respuestas que los amigos de siempre. Aunque ellos también son los amigos de siempre.

El caso es que escribiendo se pasan las horas. Y es difícil, o al menos me es difícil, conciliar la ausencia de horas con la escritura.

Por eso tal vez mi silencio. Pero hay otra razón. Intenté escribir una novela y el poco tiempo que tenía disponible lo empleé a tal fin. Y el resultado fue desastroso. Así que he decido volver a escritos más cortos aunque tampoco esté seguro de que el resultado no sea el mismo.

Eso nos lleva al ajetreo cotidiano de la vida moderna.

Convengamos que la vida moderna tiene más de moderna que de vida y que no hay tiempo para nada, o al menos para muy poco.

La vida de trabajo que nos ha tocado en suerte sólo nos permite atender lo inmediato, los asuntos urgentes, dejando para después (cuando tengamos tiempo) lo importante. Porque hay que ser productivo y si a uno le ha tocado en suerte trabajar en una prestigiosa empresa de nombre extranjero, no puede darse el lujo de tomarse el tiempo. Podría llegar a perder su trabajo … y, lo que es aún más importante, su prestigio.

Pero hay también otras realidades. Bocas que alimentar que no conocen de nuestros estados de ánimo. Hijos, demasiado inocentes, demasiado pequeños y que tampoco nos dejan demasiado tiempo.

Pero, sin saberlo, sin quererlo, nos llevan al único asunto urgente que urge atender : qué hacemos de nuestro tiempo ? Porque nuestro tiempo está aquí abajo contado y más vale sembrar en cosechas eternas que en vanas vanidades.

Porque al final de todo, se nos acabará el tiempo y sólo nos quedará la eternidad.

Y para llegar a ella debemos ser como los niños que desconocen los apremios del tiempo…