20 de abril de 2007

Reconquista

Si eres un lobo, seré un cordero; pero si eres el cordero, seré un león.

(Antiguo proverbio árabe)

No hay quien lo niegue.

Existen.

Están presentes en todas partes y se ven sus caras. Las que se ven claro, porque de algunas, solo los ojos se vislumbran.

Ya no hay miedo a llamarlos por su nombre. Hasta los medios de des-comunicación se refieren a ellos como “comunidad”. Y eso son. Una comunidad en el Estado. Una religión en la gran Nación Laica. Y les importa tan poco la Nación, como la laicidad.

La comunidad musulmana. Musulmanes. La Nación del Profeta.

En acto heroico los echó allende de sus fronteras Charles Martel y con paciencia de siglos los reyes católicos reconquistaron el ultimo bastión moro en Europa.

En la batalla de Lepanto, la Cristiandad entera, amén de la notable ausencia de los galos, luchó con ellos. Y venció el Rosario y la Cruz.

En las puertas de Viena también.

Siglos después, la república de las luces se felicitaba a sí misma por su tolerancia y por sus sentimientos humanitarios. Tanta tolerancia. Salvo para lo intolerable. Y en estos tiempos lo intolerable es la Verdad. Entonces a atacar lo intolerable y a tolerar los musulmanes.

Así estamos. Volvieron. Y cantan con la zamba, de nuevo estoy de vuelta, después de larga ausencia. Pero no son la calandria y tampoco traen mil canciones.

Volvieron primero por pequeñas puertas.

Lame la mano que no puedes morder, reza un viejo proverbio árabe.

Y eso hicieron. De a poco.

Lamieron y lamieron. Hasta que llegaron al hueso. Y ahora están dando el mordisco.

Quisiéramos ver aparecer a una Isabel la Católica. Pero sobran Isabeles y faltan católicas. O a un San Fernando. Que cierre las filas al grito de Santiago y cierra España. Pero Francia no es España. Aunque es la cristiandad. O una parte de lo que algún día fue cristiano.

Y frente a la media-luna amenazante ya no esgrimimos la Cruz como estandarte. Y estamos indefensos.

Porque nos confortamos con palabras vacías. Les hablamos a los descendientes de Saladino de paz universal, de principios igualitarios, de respeto de la diversidad y ecología, de derechos humanos esenciales y otras frases rimbombantes del mismo estilo. Pero ellos no viven de acuerdo a la ley humana y, menos aun, de los derechos humanos. Su ley es ley divina. Y su ley divina es clara: existen dos guerras santas. La primera, la más difícil, es la gran guerra. Y es contra uno mismo. La segunda, es la pequeña guerra santa. Y es contra el infiel.

Para ellos somos infieles y mientras no cesa de aumentar el número de mártires cristianos en tierras islámicas, nos seguimos engañando con falsas palabras e ideologías deicidas.

Los ayudamos a construir mezquitas en nombre de la igualdad. Pero a ellos no les importa la igualdad.

Nos olvidamos de Poitiers, de Granada, de Lepanto y de Viena. Bajamos la guardia. Arriamos nuestras banderas. Cerramos nuestros altares y envainamos nuestras espadas.

El martillo de Carlos, se convirtió en el martillo y la hoz de Karl. Lucha de clases. Paz universal.

Y del otro lado del Mediterráneo, con la cimitarra entre los dientes, los musulmanes esperaban. Y no se olvidaron. Son pacientes, desconocen la caridad y el perdón. Y tienen sed de venganza.

Son pacientes.

De a poco. Comenzaron quemando autos, terminarán quemando catedrales. Casi todas las semanas hay una iglesia profanada. A nadie le importa y nadie toma la amenazada en serio.

Adormecidos. Sin aceite, como las vírgenes del Evangelio. Seguimos pensando en el mañana. Y mañana corre el riesgo de vernos despertar de golpe. Como cuando se despierta sobresaltado después de un mal sueño. Pero a la inversa del sueño que se desvanece, la pesadilla recién comenzará cuando estemos despiertos.

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