10 de mayo de 2007

Sin campanas

Viven en la gran guerra de la ignorancia; a tantos y tan grandes males llamaron paz (Sab 14,22).

Todos lo sabemos.

Lo más importante es la Paz. No la ciudad boliviana. Sino, la paz de las naciones y en las naciones. Con P mayúscula. La paz, la paz y la paz. Con eso nos insisten la ONU, la EU y tantas otras siglas que andan por allí dando vueltas.

No faltan tampoco los curas que nos quieren engañar con que el saludo de la paz es el momento más importante de la misa. La paz, la paz y la paz. Nos damos la paz, os damos la paz y todos contentos.

Pero a veces, antes de la paz hay que hacer la guerra. Y luchar por la Verdad, que también es paz. No sirve de nada proclamar la paz si hemos sido derrotados sin combatir. Cualquier persona sensata consideraría al prisionero de guerra que grita “la paz, la paz”, mientras desfila bajo arcos de triunfos ajenos con grillos en los pies, como un loco, o al menos como un cobarde, además de un imbécil.

Y lo último que merece un soldado cobarde, es la paz.

Los cristianos tenemos la costumbre de decir cuando alguien muere: descansa en paz. Porque presumimos que antes de descansar en paz, se cansó luchando durante los años de su vida por la Verdad. Y por lo tanto, ahora merece un más que merecido descanso. Por fin en paz.

Pero quien nunca se cansó, no puede descansar. Al menos no en paz.

No he venido a traer la paz, sino la espada (Mt 10,34), dijo Cristo.

Pero la espada está envainada, escondida bajo las celestes banderas de la ONU.

Y en tiempos de paz, nada mejor que la paz. A costa de todo. No vaya uno a proclamar demasiado fuerte lo que cree, ya que eso puede fatal a la paz.

Como la iglesia silenciosa, de la cual cuenta el diario del fin de semana pasado.

No tendrá campanas. Así lo decidió el párroco. Para no provocar la población del barrio, en su mayoría musulmana.

El párroco explica que: “Los cristianos no son los únicos habitantes del barrio. Muchos, aunque nos respetan, no comparten nuestra fe. Por respeto hacia los habitantes cercanos, que hasta el momento no estaban acostumbrados a las campanas, no quisimos ponerlas”.

Un feligrés agrega: “una iglesia sin campanas, no es muy normal, pero igual no me sorprende en absoluto”. Claro, mientras no le supriman el saludo de la paz…

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