29 de mayo de 2007

Saint Denis

Nunca había estado.

Siempre había querido ir. Pero entre cosas y otras, uno no siempre hace lo que quiere.

La Basílica de Saint Denis. El panteón de los reyes de Francia. De Pepin le Bref a Louis XVI, casi todos descansan allí.

Hasta que un día tuve tiempo y fui.

Me tomé el subte. Del centro de Paris a los suburbios, que es donde quedó relegada la basílica.

Por cierto, no son suburbios paquetes. Son uno de los suburbios más violentos de Paris.

Se ven pocos franceses. Y los descendientes de Carlos Martel descansan en un sueño eterno asediados por los moros.

Pero ese no es el asunto.

El asunto es que me bajé del subte. En la estación indicada y en un lugar horrible.

Rodeado de H.L.M. Para los que desconocen la afición que tienen por las siglas los franceses, H.L.M. significa la horrible frase “Habitation à Loyer Modéré”. En criollo se traduce por la no menos horrible de “vivienda a alquiler moderado”. En la práctica los ocupantes de esos edificios, son casi todos de árabes y negros. Y si bien, el alquiler es moderado, sus ocupantes rara vez.

No había un solo cartel que indique la dirección de la basílica. Y como eso era lo que había ido a ver, empecé a preguntar a los habitantes del barrio donde estaba. Les confieso que uno no se siente demasiado a gusto preguntándole a un musulmán, en un barrio de negros, si sabe en que dirección está una Basílica, que además es custodia de restos de reyes cristianos.

Pero me armé de coraje y pregunté. Una vez. Y me indicaron una dirección.

Y la seguí, hasta llegar a un horrible shopping center que le dicen.

Así que volví sobre mis pasos, pensando que me habían indicado un lugar equivocado a propósito.

Y la busqué. Pero tampoco encontré nada.

Una Basílica no es algo fácil de esconder. Al menos a primera vista. Pero ya lo dice el refrán: si quieres disimular un árbol, planta un bosque.

Y en Saint Denis parece que eso fue lo que hicieron quienes querían disimular la Basílica. Pero en vez de nobles pinos o robles, plantaron HML de cementos por doquier. Y en el bosque de cemento no encontraba el camino.

Asíque pregunté una vez más. Y de nuevo me indicaron la misma dirección.
Y como soy testarudo y quería ver la basílica, me adentré de nuevo por callecitas sinuosas del barrio hasta llegar por segunda vez frente al centro comercial.

Empecé a buscar alguna pista que me lleve hasta el destino de mi viaje.

En eso estaba, cuando levantando la vista me percaté que, arriba de las tiendas, un cartel rezaba: Centro Comercial La Basílica.

Y que nadie me había mentido. La Basílica estaba allí. La del Comercio, porque de la verdadera, ni huellas.

-La otra? Otra basílica dice usted? -Me contestó con ojos atónitos un habitante del barrio, -mire, aparte de ésta yo no conozco otra.

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