23 de mayo de 2007

Reflexiones sobre el final

Al principio era el Verbo.

Y el Paraíso.

Al final será el Hombre.

Y su nuevo-paraíso. Hacia él vamos. A pasos agigantados. La civilización moderna derriba bajo sus pisadas todo lo que quedaba del ya tambaleante edificio de la cristiandad.

Porque lo Cristiano es el último obstáculo para la entronización del Príncipe del mundo.

El mono de Dios no puede hacer otra cosa que intentar volver al principio. Y será el principio del fin de los tiempos. Y el tiempo de la Venida. Con V mayúscula, con V de Victoria.

Y el final será lo más parecido al principio.
Una imitación, una copia casi fiel, aunque invertida. En el lugar de Dios, el Hombre. El hombre y la mujer del principio, se confundirán en la igualdad de los sexos y la serpiente, como la rana de la fabula, se convertirá en Príncipe.

Al igual que en el paraíso el Hombre querrá sujetar a todos los seres vivientes a su única voluntad. Pero ya no para gobernarlos, si no para satisfacer sus deseos más perversos.

Y de nuevo la Gran tentación: comed y seréis como dioses.

Ya comimos. Y fuimos redimidos. Pero no nos bastó la sangre inocente de un Dios hecho hombre y ahora vino el tiempo de ser dioses.

Y con cuanta furia vino. Arrasó hasta con el sentido común. Y en su afán de deificación, el hombre no dejó Cruz en pie.

Dios fue echado del sagrario y en el altar de la nueva religión ecumenista de la Internacional Democrática se entronizó al hombre.

Esa religión reemplazó el culto de Dios por el culto del cuerpo y del dinero. Reemplazó la meditación por una permanente agitación. Reemplazó lo sagrado por lo profano, lo importante por lo accesorio, lo bello por lo feo, lo verdadero por la mentira y lo bueno por lo malo.

Y volvemos al principio. Al primer don de Dios al hombre. Al libre-albedrío. Y el don del hombre al hombre en estos tiempos finales es la libertad. La libertad de abrazar fraternalmente los dogmas de la nueva religión. Los dogmas de la impostura y de los falsos profetas que abundan por doquier. Pero ya sin libre albedrío. Y quien se atreva a amenazar esa servil libertad será condenado con los tratamientos más inhumanos que nuestros tiempos reservan sólo para quienes osan desafiar al mono-poderoso.

Y en esta lucha, que podemos aventurarnos a decir que está entre las últimas, si no la última, van mezcladas todas las luchas y las herejías de la historia. Los cielos se cargaron con pesados nubarrones que impiden ver el sol y que guardan en su interior algo mucho más tremendo que las siete plagas de Egipto. Mezclados va el arrianismo con el espíritu de las luces y todos sabemos que ese espíritu es hijo del mismo Lucifer. Confucius con Mahomet, Calvino se confunde con Juliano el Apostata, Marx con Lutero y en el templo de la sacro-santa modernidad se estrechan en un abrazo interminable Descartes con Kant. Y el Kapital con el comunismo y el dinero y la hoz se confunden en la misma lucha deicida.

Porque de eso se trata. No bastó con lo ocurrido hace dos mil años en el Golgotha. Y la humanidad entera quiere de nuevo clavar al Hijo del Hombre en otro madero.

Se avecina la lucha final. Esta cerca, tal vez nosotros no la veamos, ya que ni el Hijo sabe el día y la hora. Pero presentimos que el día no tardará en llegar y que las horas están contadas.

Y tenemos que estar preparados para que el ladrón nos encuentre despiertos y avispados. Que a veces parece ser lo mismo, pero no lo es.

Decía Castellani, en “Cristo, ¿vuelve o no vuelve?” que: “sobre este montón de ruinas, ¿qué queda, sino la tristeza y la desesperación? Así es, señores, si fuésemos filósofos pesimistas; pero somos hijos de la Iglesia; no somos cultores de la muerte, sino hijos de la Vida”.

Y así es. También los cristianos debemos volver al principio. A los primeros cristianos. A su ejemplo y a su caridad fraterna. Que de nuevo la gente se asombre diciendo: -mirad como se aman. Y algo más. Debiéramos volver a la alegría. A la alegría de la esperanza de saber que el triunfo final es de Cristo. Y eso no es un pavada de esperanza. Y es ahí donde, me parece, nos aprieta la horma del zapato a más de uno. Y es ese el testimonio-martirio que debemos saber dar.

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